· pensamiento · 3 min read
Los prejuicios y la diversidad
Las apariencias, la estética, el tono de voz, las costumbres más o menos refinadas, construyen un sistema de prejuicios que nos impiden muchas veces insistir en las relaciones, hacerlas pues perdurables o siquiera posibles. Está en juego la transversalidad de nuestras acciones, el impacto de nuestros proyectos y la justicia social al fin.
Las apariencias, la estética, el tono de voz, las costumbres más o menos refinadas, construyen un sistema de prejuicios que nos impiden muchas veces insistir en las relaciones, hacerlas pues perdurables o siquiera posibles. Está en juego la transversalidad de nuestras acciones, el impacto de nuestros proyectos y la justicia social al fin.
Encontraba hace unos días un tuit de una de las principales desarrolladoras de la comunidad Ruby, Sarah Mei:
Richard Stallman is the reason I didn’t start contributing to open source (then called “free software”) in the 90s.
— Sarah Mei (@sarahmei) 9 de mayo de 2018
I’m not the only one.
He and his followers pushed out a whole generation of female developers, just at that critical time when open source adoption was widening. https://t.co/EZJ2WMtBoY
La presencia, el liderazgo, de Richard Stallman, dice Sarah, evitó que muchas mujeres se incorporaran al movimiento de software libre, justo en un período en el que dicho movimiento se estaba expandiendo y la participación de mujeres sería una cuestión necesaria para garantizar la equidad y la transversalidad del movimiento, con claros sesgos machistas. ¿Podemos decir que en el movimiento de software libre, o más específicamente en su comunidad, había o hay alguna cuestión que sea éticamente reprobable o que sea incompatible con el feminismo? Yo creo que no. Pero su máximo representante y valedor global sí lo es, sin duda, con comentarios machistas y una estética y una actitud (la cultura del zasca) desde luego bastante extraña a las prácticas feministas.
Es obvio que las bromas de Stallman en relación con el aborto en la documentación de libc y otras lindezas no ha ayudado a generar esa cultura de la confianza que exige una comunidad emergente, así como cualquier entorno de aprendizaje. He querido voluntariamente alejarme del discurso de los cuidados. No porque no crea en su validez y su pertinencia, sino porque creo que es muchas veces quien enarbola dicho discurso quien genera falta de confianza: bien sea con una retórica vacía que la propia presencia del sujeto que reclama dicho discurso autoverifica, bien sea por dejar fuera de dicho discurso (en una clara maniobra alla burgoisepanning) a quienes realizan esas tareas reproductivas de los cuidados.
Desde hace unos meses vivo en Madrid, y me resulta particularmente interesante como algunas comunidades que desde la lejanía (a través de los materiales que publican y los eventos que organizan) me parecían super atractivas han dejado de serlo casi por completo al escuchar la manera en que su máximo responsable pronunciaba las vocales (pilarismo agudo). Y me ha hecho reflexionar, claro. Cuántas personas no permanecerán ajenas a nuestras iniciativas por un tono erróneo, por una química fallida o por un complemento mal elegido.
Esta estética del poder atraviesa obviamente todas nuestras relaciones, las regula con una serie de vectores de confianza, empatía, vulnerabilidad… todas ellas palabras casi sinónimas en este contexto. Los regímenes autoritarios comprendieron esto a la perfección, así como los colegios religiosos, e impusieron el uniforme como tábula rasa frente a este conflicto estético, precisamente reclamando lo que supone eso de garantía para respetar la diversidad. Parece de broma: ¿homogeneizar para garantizar la diversidad?
Bueno, yo voy a seguir pensando en el tema…